Mis lágrimas.
- Tere Guerrero
- 22 nov 2023
- 2 Min. de lectura

Las lágrimas limpian mis ojos, sino fuera por el llanto, mi vista estaría empolvada y lo suficientemente sucia para no ver con claridad, las lágrimas me ayudan como ese líquido para parabrisas que utilizo para remover el polvo con los limpiaparabrisas y así ver mejor el camino.
He aprendido una lección de oro:
Cuando anhelo profundamente una atención, que alguien me llame, que me tomen en cuenta, que hagan algo por mi y no sucede, me quedo con una terrible sensación de amargura y frustración.
Pero descubrí que como dice la escritura es más bienaventurado dar que recibir, ¿Por qué? Justo lo que mi mente y corazón imaginan y desean que me suceda, lo puedo hacer por otros y la satisfacción es tan agradable que mi alma experimenta una sensación de bienestar, tal y como si hubiera recibido lo deseado.
Así que, cuando lloro por frustración, algún anhelo, soledad etc, analizo ¿Qué quiero? ¿Qué me llamen por teléfono? ¿Qué me hagan caso? La solución la tengo a la mano; tomo mi teléfono y llamo a alguien en necesidad.
¿Qué más desea la princesa Tere? Una visita, pues hago que suceda, hablo a alguien y concreto una cita para vernos.
¿Quiero que me pregunten acerca de mi salud? Seguramente hay muchas personas cercanas a mí con problemas de salud más serios que los míos, a quienes puedo visitar o llamar, al escuchar con atención sus necesidades y dolor, olvido un poquito mis propias penas.
A menudo olvido ver hacia afuera, estoy ensimismada con mis asuntos, pero esas benditas lágrimas limpian mi parabrisas, para ver mi entorno y sobre todo a la gente que me rodea y su dolor.
No puedo esperar sentada a que hagan algo por mí, ¿Qué debo hacer? Dar el primer paso, saludar, visitar, poner mi hombro para que otros lloren, escuchar, dar un obsequio, orar por otros, etc.
He comprobado que la satisfacción es aún mayor cuando me doy a otros.
En algún lugar leí que “solo poseemos lo que damos” cualquiera diría ¿Cómo? Al contrario, te estás despojando de lo que das, pero la realidad es que no tenemos nada, absolutamente nada que nos pertenezca, pero si somos dueños de nuestras acciones y al desprendernos de algo somos propietarios del gozo inmenso de dar.
Así que, benditas lágrimas que son un recordatorio del dolor propio y ajeno.
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