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La verdadera belleza.


Es un buen propósito ponerse en régimen, dieta y ejercicio para perder algunos kilos. Todos deseamos vernos todavía jóvenes y atractivos. Al fin de cuentas, recordemos que nunca hemos de alcanzar la belleza, la perfección, la eterna juventud, ni nada por el estilo -al menos no de este lado del cielo-.


“Donde abundan los sueños, también abundan las vanidades y las muchas palabras; mas tú, teme a Dios.”


Eclesiastés 5:7


No es malo cuidar nuestra apariencia, tratar de vernos presentables para los demás y para nosotros mismos, pero no debemos olvidar que nuestros esfuerzos nunca serán suficientes, porque la belleza y la juventud se acaban. Lo mejor, como nos recomienda el predicador, es temer a Dios; esto nos dará una belleza interior, y es en esa belleza donde debemos trabajar con más ímpetu, porque esa nunca nos será quitada.


Si deseamos un rostro resplandeciente, pasemos tiempo contemplando a nuestro Señor y, de esa manera, reflejaremos su gloria.


29 Y aconteció que descendiendo Moisés del monte Sinaí con las dos tablas del testimonio en su mano, al descender del monte, no sabía Moisés que la piel de su rostro resplandecía, después que hubo hablado con Dios.


Éxodo 34:29


No existe tratamiento de belleza, gimnasio, cirugía, superalimento o complemento vitamínico que nos pueda dar un rostro resplandeciente y hermoso, como pasar tiempo en la presencia de Dios y contemplarlo.


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